Los lectores hallarán referencias de la formación académica del Ernesto Lecuona niño y adolescente; programas de recitales clásicos durante su juventud; sus primeros triunfos en el exterior —Estados Unidos, 1916—, los cuales se ampliarán con sucesivos éxitos en aquel país, desde el segundo decenio del siglo XX, pero, además, en España —a la que más tarde proclama su segunda patria—, Francia, Canadá, México, Costa Rica, Panamá, Argentina, Chile, Perú, Uruguay, Puerto Rico…
Para obviar una monótona relación de fechas y nombres introducimos valoraciones de la crítica especializada y fragmentos de artículos y crónicas de intelectuales cubanos y foráneos que, en su contexto, enjuician a Ernesto Lecuona desde diferentes ángulos, sobre todo, su trascendencia a escala nacional y universal.
En otro sentido se plasman sus amores y desamores; sus residencias en distintos parajes de la capital del país; su apoyo a familiares y amigos; y la dignidad que manifiesta en 1959 ante los intentos de un grupo de autores —con falsas afirmaciones— para expulsarlo de la Unión Sindical de Músicos de Cuba, lo cual se frustra, pero disgusta en extremo e influye en su partida definitiva de la patria; así como sus planes y añoranzas en los últimos años de vida.
Cabe destacar asimismo la iconografía seleccionada (516). Puede clasificar de atractiva y avala distintos pasajes de la fructífera existencia de un hombre que —en etapas adversas para el desarrollo de las expresiones artísticas en la Isla— tiene el mérito, según escribe, de «…pensar siempre en Cuba, y laborar para Cuba…».
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