Alberto Yarini: historia y mito acerca de la prostitución en Cuba
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- 10 abr 2024
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La historia de la prostitución en Cuba estĆ” intrĆnsecamente ligada a su pasado colonial y al sistema de esclavitud. Desde la llegada de los primeros esclavos africanos en el siglo XVI, la estructura social y económica de Cuba fue profundamente influenciada por la esclavitud, que no solo proporcionaba mano de obra para las plantaciones sino que tambiĆ©n afectaba otros aspectos de la vida social, incluyendo la prostitución.
Con la extinción temprana de la población indĆgena y la creciente demanda de trabajadores para las plantaciones de azĆŗcar y cafĆ©, Cuba comenzó a importar esclavos africanos en grandes cantidades. Este flujo masivo de esclavos no solo cambió la demografĆa de la isla sino que tambiĆ©n trajo consigo prĆ”cticas y dinĆ”micas sociales de Ćfrica, que se mezclaron con las ya existentes en la colonia.
La abolición de la esclavitud en 1886 marcó un cambio significativo en la sociedad cubana, incluyendo la industria del sexo. La falta de oferta de esclavas sexuales llevó a la importación de prostitutas de otras regiones.
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Alberto Yarini y Ponce de León (5 de febrero de 1882 - 21 de noviembre de 1910) fue un conocido proxeneta cubano. Nacido en una familia de élite de La Habana, Yarini fue educado en los Estados Unidos, hablaba inglés y español con fluidez. Se hizo famoso por importar prostitutas de Francia y operar en San Isidro, un barrio y distrito rojo en la Vieja Habana.
Yarini fue asesinado el 21 de noviembre de 1910 por disparos de su rival francés Louis Lotot y sus cómplices. Lotot también fue asesinado en el fuego cruzado por el guardaespaldas de Yarini. La vida y muerte de Yarini han sido objeto de obras culturales. AdemÔs, el escritor cubano Leonardo Padura ha explorado episodios poco conocidos de la historia cubana del siglo XX, otorgando un papel destacado a Alberto Yarini en su novela reciente.
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Eusebio Leal, en su prólogo para el libro Flores para una leyenda, Yarini, el Rey de San Isidro, ofrece una reflexión sobre la complejidad de la historia y la memoria. Destaca que la historia novelada es un arte difĆcil de dominar y reconoce la habilidad de Miguel Sabater Reyes en este campo. Leal describe cómo Sabater Reyes trae a la vida a personajes históricos en el contexto del barrio de San Isidro en La Habana, y cómo la figura de Alberto Yarini, con su dualidad de vidas, se convierte en el centro de la narrativa.
Leal tambiĆ©n menciona la figura del gallo como un sĆmbolo poderoso en la cultura cubana, representando valentĆa y lucha, y cómo este sĆmbolo se entrelaza con la polĆtica y la identidad nacional. El prólogo de Leal sugiere que la novela de Sabater Reyes no solo recrea la historia sino que tambiĆ©n invita a la reflexión sobre la identidad cultural y la naturaleza de la memoria histórica.

Del CapĆtulo 11 del libro Flores para una Leyenda, Yarini el Rey de San Isidro
San Isidro era un barrio de tolerancia. Tolerancia quiere decir, Manuel, que se permitĆa la prostitución. En todas sus calles habĆa accesorias donde vivĆan putas. Las habĆa de todo tipo y precio.
Las putas debĆan estar registradas en la oficina de sanidad. Se les daba una cartilla, que era un librito donde se asentaban sus datos personales y el control de sus chequeos mĆ©dicos. Estaban obligadas a chequearse dos veces por semana en el hospital de la calle Paula. Si se enfermaban las ingresaban y no volvĆan a ejercer la prostitución hasta que se curaran. Para controlarlas habĆa una policĆa de sanidad. Pero la mayorĆa de las putas no se registraban porque tenĆan que someterse con frecuencia a los chequeos, y se veĆan obligadas a pagarle al estado. Por eso habĆa mĆ”s putas clandestinas que legales. En ese negocio habĆa de todo. Las clandestinas le pagaban al inspector para que no las delatara, y al chulo para quien ellas trabajaban. El chulo les buscaba clientes. No me gustaba mucho la idea de acostarme con putas; pero uno era joven, y en aquel tiempo la vida no se parecĆa a la de ahora, que las mujeres se acuestan con el tipo que les gusta y no pasa nada. AsĆ que cuando empezaba a sentir que me latĆan los cojones, me iba al infierno de San Isidro. Iba por una mulatica de 18 aƱos que se llamaba Marisela que tenĆa una escuela del carajo; si ella estaba muy ocupada lo hacĆa con una francesa que me llevaba unos aƱos.
Uno gozaba con las putas; pero no te daban amor. Y yo era un comemierda, Manuel, porque lleguĆ© a enamorarme de Marisela. EmpecĆ© a hablarle de ella a Alberto cada vez que lo veĆa, hasta que Ć©l me dijo un dĆa:
āOye, Luis, yo creo que hay algo que no tienes claro. La puta es como la cerveza, que uno se la bebe bien cuando tiene mucho calor y palā carajo.
Las viviendas de San Isidro eran cuartos casi todos oscuros, casi sin muebles, y con una cantidad de altares y santos, vasos con agua y brujerĆas del carajo. A veces sentĆa miedo de ir a San Isidro a pisarme una puta, porque en cualquier lugar se formaba una reyerta a tiros o puƱaladas, o discutĆan dos mujeres borrachas. Lo que comenzaba siendo un problema chiquito terminaba con heridos y muertos.
Las casas de prostitución se pintaban por fuera con colores atrayentes. Las mujeres esperaban a sus clientes en la ventana, o salĆan a la calle vestidas provocadoramente. La ley llegó a prohibir que se pintaran las casas de lenocinio y que la prostitución fuera ejercida por el dĆa.
La vida del chulo consistĆa en acostarse tarde y dormir casi toda la maƱana. Se vestĆan con pantalón a rayas, camisa con pintas de colores charros, usaban sombrero de tres abolladuras con el ala para abajo inclinada sobre la frente, y un bastón de yaya. Se untaban perfumes fuertes y muchos de ellos usaban polvos en la cara para que no se les vieran las manchas de las enfermedades venĆ©reas que padecĆan. Todos tenĆan apodos y pasaban el tiempo jugando en los garitos.
Lo que diferenciaba a Alberto de todos ellos era su apariencia aristocrĆ”tica, y que nunca olvidó tener en cuenta a los demĆ”s. Era una rara mezcla de persona de clase alta con hombre de esquina que sólo a Ć©l le compaginaba. Caminaba por San Isidro que parecĆa un presidente, saludando a todos; entraba a cualquier casa y se viraba el bolsillo con cualquiera.
Alberto ya apenas iba al Louvre. Por eso un dĆa fui a su casa. Me recibió doƱa Emilia. Ćl no estaba. Dije que iba a irme, pero la madre me invitó a pasar a la sala. Mientras estuvo en la cocina preparĆ”ndome un jugo de naranja, me puse a mirar el cuadro de JosĆ© Leopoldo Yarini de pie debajo de un Ć”rbol; a lo lejos se veĆa parte del ingenio.
En el colegio Alberto se entretenĆa en dibujar el ingenio de los Yarini. Me contó que la familia pasaba allĆ” la Noche Buena; iban llegando dĆas antes, hasta que se encontraban todos el 24 de diciembre. Almorzaban bajo una arboleda, en una mesa larga que se llenaba de fuentes, platos y copas, botellas de cognac y de champagne y frutas que preparaban los criados. A medianoche iban todos a la misa.
Cuando doƱa Emilia regresó de la cocina con el vaso de jugo para mĆ, me contó que Alberto llegaba muy tarde. Su padre habĆa conversado con Ć©l varias veces, pero Alberto lo escuchaba sin decir una palabra. Era asĆ. Conversabas con Ć©l y se mantenĆa callado todo el tiempo; uno creĆa que lo habĆa asimilado todo. DespuĆ©s hacia lo que le daba la gana. DoƱa Emilia me confesó que las dos veces que su esposo lo habĆa mandado a los Estados Unidos, habĆa gastado el dinero haciendo cualquier cosa menos estudiar. Ya el doctor Cirilo estaba perdiendo la paciencia, porque Alberto tampoco querĆa trabajar. Y lo peor era que el padre sabĆa que el hijo andaba con una francesa adinerada, mayor que Ć©l, casada con un inglĆ©s coleccionista de antigüedades.
Me dio pena ver lo afligida que se sentĆa doƱa Emilia. Para que veas, Manuel, y Yarini fue bien educado. Casi todos los hombres de su familia eran mĆ©dicos, gente distinguida. Con lo inteligente que fue el muy puƱetero, y las posibilidades que tuvo para hacer una carrera. Hablaba inglĆ©s, y convencĆa a cualquiera.
āSi no te gusta la medicina, hazte abogado āle dije una vez.
¿Y tú sabes lo que hizo? Se zumbó un peo, me dio la espalda y se fue.
Un dĆa me confesó lo de su relación con la francesa, y despuĆ©s me llevó a su casa. La mujer, de unos cuarenta y tantos aƱos, vivĆa en una mansión del Cerro. EntrĆ© a la sala y la vi tendida en un divĆ”n, fumando con una cosa larga que parecĆa una vara de pescar.
Alberto me presentó diciĆ©ndole que yo era su amigo Luis. Ella, soltando un poco de humo, me dijo no sĆ© quĆ© en francĆ©s. TenĆa un ramo de uvas y una copa de champagne sobre una bandeja. Le dio un beso a Alberto en la boca. DespuĆ©s se puso a conversar con Ć©l como si yo no existiera. Lo Ćŗnico que me dijo en toda la visita fue que a quiĆ©n yo habĆa salido con la nariz grande. Le iba a responder que al maricón de su marido; pero disimulĆ© como si me hubiera dado gracia lo que me habĆa dicho.
El piso de la casa tenĆa una alfombra roja. En una de las paredes de la sala habĆa cuadros y platos muy costosos. En una esquina, pendientes de una madera rojiza, colgaban antiguos sables, puƱales y pistolas. En otra parte habĆa jarrones de diferentes tamaƱos y en otro lugar de la sala, una colección de colmillos de elefantes.
ĀæCómo Alberto iba a querer trabajar si con aquella mujer vivĆa como un marajĆ”?
Eusebio Leal en el prólogo del libro destaca:
"(...) Al caer abatido en el corazón de San Isidro, nuestro protagonista (Yarini) se torna victima de corruptos forĆ”neos que pretendĆan pescar en las aguas revueltas. Para entonces, los sectores populares veĆan a Yarini como un polĆtico diferente, defensor de los pobres y negado a la prĆ”ctica de la discriminación racial.
Por sus modales, apariencia aristocrĆ”tica y elegante manera de vestir era el paradigma de la belleza viril, del valor temerario, que pervivirĆ” hasta nuestros dĆas. AsĆ durante el sepelio, aunque muchos pudieron marchar en autos, otros prefirieron caminar para llevar su fĆ©retro en hombros.


De esta manera, entre lagrimas y ofrendas, llega el ataĆŗd a la necrópolis donde, en extraƱa mezcolanza, se confunden las clases sociales y las representaciones polĆticas. Juntos aparecen a la luz del dĆa amigos de Yarini, integrantes de la mĆ”s temida y respetable fraternidad de hombres del barrio y de los muelles; altos dignatarios del gobierno; el rector de la Universidad e ilustres miembros de su claustro; familiares encabezados por su padre, el respetado catedrĆ”tico don Cirilo Yarini,y la atribulada madre; y entre la multitud, las hijas de MarĆa Magdalena que lloraron por toda la eternidad al seƱorito Albertoā¦.
Escrita por un historiador e investigador sagaz, la novela nos deja una admiración contenida que alimenta la llama de un mito que el tiempo no podrÔ apagar, a pesar de inútiles y continuas explicaciones.
Queda pues, Flores para una leyenda como una muestra inefable de historia novelada que, ademĆ”s āsegĆŗn confiesa el propio Sabaterā, rinde culto a la sincera y verdadera amistad, que se mantiene de por vida, sin importar diferencias de cuna ni raza".




